No darle de comer al vampiro
J. Bradford DeLong Project Syndicate Es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigación Económica. Fue Diputado Asistente del Tesoro de EE.UU.
BERKELEY – ¿Será que el sector financiero estadounidense está despojando de recursos a la economía real? Todavía muchos recuerdan (y con razón) la memorable descripción que en 2009 hizo de Goldman Sachs el periodista Matt Taibbi, cuando comparó a esta firma con un enorme calamar vampiro, pegado a la cara de la humanidad, clavando una y otra vez el apéndice de chupar sangre dondequiera que huela dinero.
Allá por 2011, yo señalé que mientras en 1950 el sector de finanzas y seguros de Estados Unidos equivalía al 2,8% del PIB, tres años después de la peor crisis financiera en casi ochenta años esa cifra ascendió al 8,4% del PIB: “(…) si EE. UU. estuviera obteniendo un buen valor a cambio [de los] $750 mil millones extras que se desvían anualmente de lo que hubiese estado destinado a pagar a personas que fabrican directamente bienes útiles y proporcionan directamente servicios útiles, dicho valor se mostraría de forma obvia en las estadísticas”.
Agregué que este enorme desvío de recursos en detrimento de la producción de bienes y servicios con utilidad directa durante el año sería buen negocio solamente si impulsara el crecimiento económico anual general en un 0,3%, es decir, en un 6% a lo largo de una generación (25 años). Dicho de otro modo, sería buen negocio solamente si tomado en su conjunto, incluyera una cantidad sustancial de lo que los financistas llaman “coeficiente alfa”.
Pero como eso no ocurrió, me preguntaba entonces por qué semejante despliegue de destreza y actividad en el sector financiero no había producido “dividendos económicos obvios”. Y propuse, como posible explicación, que en finanzas hay dos formas sostenibles de hacer dinero: encontrar personas con emprendimientos riesgosos que llevar a cabo y juntarlas con personas que tienen capacidad de soportar riesgos no utilizada; o encontrar a esas mismas personas con riesgos y juntarlas con personas incautas que tienen dinero.
En el último año y medio, después de que, según estimaciones de Thomas Philippon y Ariell Reshef, se desperdiciara un 2% del PIB estadounidense en la inútil hipertrofia del sector financiero estadounidense, resulta cada vez más evidente que más que un sistema para la coparticipación eficiente de riesgos es un sistema para sacarles dinero a los ricos (como Las Vegas, pero menos ostentoso).
Y en esto que digo no hay sesgo partidista. Bruce Bartlett, un importante funcionario durante los gobiernos de Reagan y George H. W. Bush, señaló hace poco la existencia de investigaciones que muestran un pronunciado aumento de la financiarización de la economía estadounidense. A continuación, citó estudios empíricos que sugieren que la profundización financiera solamente es útil en las primeras etapas del desarrollo económico; pruebas de la existencia de una correlación negativa entre profundización financiera e inversión real; y la desalentadora conclusión de Adair Turner, ex jefe de regulación financiera en Gran Bretaña, cuando dijo que “No hay pruebas claras de que el crecimiento de escala y complejidad del sistema financiero en los países ricos del mundo desarrollado a lo largo de los últimos 20 o 30 años haya impulsado mayores niveles de crecimiento o estabilidad”.
Hace cuatro años, durante la crisis de 2008 y 2009, yo mantenía una postura bastante ambivalente hacia la financiarización. Me parecía que a pesar de los enormes riesgos macroeconómicos creados por los sofisticados sistemas financieros de la actualidad, en un mundo sin suficiente capacidad de compartir riesgos se necesitaba casi cualquier cosa que indujera a la gente a comprometer su dinero en inversiones arriesgadas a largo plazo.
Dicho de otro modo, un mundo como ese necesitaba contar con la realidad o la ilusión de que las finanzas podrían, como dijo John Maynard Keynes, “derrotar las oscuras fuerzas del tiempo y la ignorancia que envuelven nuestro futuro”. La mayoría de las reformas destinadas a protegernos de los riesgos macroeconómicos también limitarían la capacidad del sistema financiero de persuadir a las personas a comprometerse con inversiones arriesgadas a largo plazo, lo que reduciría aún más la oferta de financiación para dichos emprendimientos.
Pero después de eso, el curso de los acontecimientos y la investigación económica demostraron tres cosas. En primer lugar, las finanzas modernas tienen demasiado poder político como para que las legislaturas o los organismos de regulación restrinjan su capacidad de crear riesgos macroeconómicos sistémicos. Al mismo tiempo, no han conservado su capacidad de atraer clientes con la promesa de una gestión segura y sofisticada de su dinero.
En segundo lugar, yo creía en una correlación entre crecimiento económico y profundización financiera, pero cuando los países cuentan con sistemas financieros que trascienden la mera existencia de bancos, transferencia electrónica de fondos y mercados de bonos e incluyen otros instrumentos más sofisticados, esta correlación se desvanece.
Por último, gran parte de los beneficios sociales de la inversión hecha en el sistema financiero, al que se veía como la industria del futuro, desaparecieron a lo largo de la última generación. Según un cálculo informal que hice en 2007, el mundo le estaba pagando a las instituciones financieras aproximadamente 800.000 millones de dólares al año para la realización de fusiones y adquisiciones que producían valor económico real por alrededor de 170.000 millones de dólares; una relación costo-beneficio bastante baja que no parece estar mejorando.
Allá por 2011, yo tendría que haber seguido leyendo la Teoría general de Keynes hasta la parte donde sugiere que “cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que el trabajo se haya hecho mal”. Llegado ese punto, es el momento de pensar soluciones creativas para canalizar fondos a la economía real eludiendo a las finanzas modernas y su enorme alfa negativo o, en su defecto, arriesgarse a perder hasta la última gota de sangre.
J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau for Economic Research
Traducción: Esteban Flamini
Escrito por
Geografo, científico de laboratorio y de la calle. Libertario por convicción y periodista de hobby.